Obra.
A lo largo de 1972 Arturo Jauretche se aboca a la preparación
de sus memorias. El primer (y finalmente único) tomo es publicado por la Editorial Peña Lillo en Diciembre de ese año, tirándose
una segunda edición en Junio de 1973 . Titulado De Memorias. Pantalones cortos, no es el primer libro de Jauretche. Por el
contrario, es la culminación de una obra que registra en orden cronológico los siguientes títulos: 1934: El Paso de los
Libres. Edición prologada por Jorge Luis Borges. Una segunda edición en 1960 llevará el prólogo de Jorge Abelardo Ramos. 1956:
El Plan Prebisch: retorno al coloniaje. 1957: Los profetas del Odio y la Yapa. 1958: Ejército y Política. 1959:
Política Nacional y Revisionismo Histórico. 1960: Prosas de Hacha y Tiza. 1962: Forja y la Década Infame. 1964:
Filo, Contrafilo y Punta. 1966: El Medio Pelo en la Sociedad Argentina. 1968: Manual de Zonceras Argentinas. 1969:
Mano a Mano entre Nosotros.
Y vida.
A estos títulos se le suman innumerables artículos periodísticos y colaboraciones
de distinto tipo a lo largo de varias décadas de activa militancia como ensayista, escritor y político. Una larga vida que
comienza el 13 de Noviembre de 1901 en Lincoln, en el noroeste bonaerense. En 1920 se instala definitivamente en la ciudad
de Buenos Aires. Militante conservador por tradición familiar en su juventud, su maduración intelectual lo lleva progresivamente
a enrolarse en el radicalismo. Ya decidido yrigoyenista, Juaretche ocupará algunos cargos partidarios en el segundo gobierno
de Yrigoyen, y caído este, combatirá decididamente al régimen triunfante. En 1933 participa en Corrientes en el levantamiento
radical de los coroneles Bosch y Pomar contra el gobierno de Justo. Vencido el alzamiento, Jauretche es detenido. En prisión
escribe sobre estos episodios. Lo hace en forma de poema gauchesco. Titulado El Paso de los Libres será prologado por Jorge
Luis Borges, algo que se torna cuasi increíble en retrospectiva, dado los caminos divergentes que siguieron ambos personajes.
A su vez sus graves divergencias con el sector alvearista que conduce el radicalismo hacen crisis en 1935. Frente al levantamiento
de la abstención electoral por el Comité Nacional de la UCR, Jauretche junto a, entre otros, Gabriel del Mazo, Homero Manzi,
Luis Dellepiane y Raúl Scalabrini Ortiz, fundan FORJA: Fuerza de Orientación Radical de la Nueva Argentina. Esta agrupación
tendrá gran influencia en los sectores del nacionalismo democrático. Su posición neutralista durante la Guerra, llevará a
Jauretche a apartarse del radicalismo definitivamente y adherir críticamente al emergente peronismo. Cercano a los lineamientos
del equipo económico liderado por Miguel Miranda, y con el apoyo del gobernador bonaerense Domingo Mercante, Jauretche será
Presidente del Banco de la Provincia de Buenos Aires desde 1946 hasta 1951. La caída en desgracia de sus mentores, lo llevan
al ostracismo. Pese a esto se mantiene fiel al peronismo y al producirse el golpe de 1955, Jauretche abandona su silencio
y retorna a la lucha política en defensa de los diez años de gobierno popular
Nace entonces un nuevo Jauretche. Mientras
la mayor parte de los jerarcas del régimen depuesto se desbandan, desertan cobardemente o cambian de camiseta, Jauretche,
que había estado ausente de las responsabilidades del gobierno en los últimos años y por lo tanto no es perseguido ni procesado,
abandona la comodidad de esta posición y se lanza al combate, convencido según sus propias palabras que el ataque a los caídos
era sólo el pretexto para un ataque más profundo, dirigido al pensamiento que servía de base a la Revolución Nacional.
El
periódico El Líder, el semanario El 45 y la publicación a principios de 1956 de El Plan Prebisch: retorno al coloniaje, marcan
los primeros jalones de esa lucha Perseguido, se exilia en Montevideo. En 1957 publica allí Los profetas del Odio . Escrito
con tono y espíritu panfletario, a través de sus páginas Jauretche polemiza en tono amable con Ernesto Sábato y ataca a Ezequiel
Martínez Estrada, refutando las argumentaciones claramente discriminatorias y hasta racistas del radiógrafo de la pampa sobre
la clase obrera peronista. Jauretche ve estas argumentaciones como expresión del prejuicio de la clase media. Sector particularmente
irritado con el peronismo en tanto este entendía- había logrado a través de la industrialización, la independencia económica
y la prosperidad de los trabajadores. Esta prosperidad ciertamente no había irritado a los de muy arriba, porque el empresario
sabe que esa prosperidad general es condición necesaria de las buenas ventas, es mercado comprador para sus productos. La
irritación se había dado, y profundamente, en los sectores intermedios para los que los cambios producidos por el peronismo
actuaron como un revulsivo, el mundo de los pequeños propietarios y rentistas, los funcionarios, los profesionales, los educadores,
los intelectuales, los políticos de segundo y tercer orden, elementos activos o parasitarios de esa sociedad. Sectores donde
los prejuicios de clase se habían impuesto a los intereses de clase pues si hay un sector destinado a beneficiarse de la grandeza
nacional lograda por la liberación económica, es este intermedio
Sin embargo para Jauretche no es este intermedio
su enemigo. Propugna por un movimiento nacional en el que se integren los elementos de clase media y burguesía junto a los
proletarios. Entiende que una política que aísle a los trabajadores de la clase media y de lo que entiende por burguesía nacional,
perjudicaría de modo irremediable al movimiento nacional. El verdadero enemigo es aquel que rotula como intelligentsia, vasto
contubernio político e intelectual caracterizado tanto por su cosmopolitismo como por su elitismo. Es en el campo universitario
donde, desvirtuado el espíritu reformista, la intelligentsia hace estragos.
Lo esencial entonces de la lucha que emprende
Jauretche en esos años pasa por terminar con el largo equívoco que ha llevado al divorcio entre doctores y pueblo, o dicho
en otro términos, sumar al campo nacional a vastos sectores de la clase media, en especial el estudiantado universitario.
Para ello utilizará la técnica maniquea de la complicidad. Crear el antagonista, en este caso la intelligentsia, para dar
por sentado que su lector potencial, pese a hallarse en los difusos límites del campo en que su mueve aquella, pertenece sin
embargo al otro lado, el nacional.
Esa línea nacional excede para Jauretche los límites del peronismo. Es una causa
que trasciende a hombres y partidos, a los que se puede adherir en tanto estos y aquellos sirvan como instrumento de esa causa.
Esta postura explica en gran medida la esencia de la relación ambivalente que se da a lo largo de tres décadas entre Jauretche
y Perón. Así en el proceso electoral de 1958 se opone a las directivas de Perón que postulan el voto en blanco, abogando por
sufragar a favor del frondizismo para impedir la continuidad de la Revolución Libertadora con el triunfo del radicalismo balbinista.
En 1961 se postula como candidato a Senador por la Capital Federal, obteniendo una contundente derrota.
Después de
esta desafortunada experiencia retorna al periodismo combativo. Publica en Democracia y en diarios y periódicos del interior.
Y se van sumando nuevas obras. Forja y la Década Infame en 1962, Filo, Contrafilo y Punta en 1964. En 1965 colabora en periódicos
de efímera vida: Marcha y Palabra Argentina. En 1966 en medio de los estertores agónicos del gobierno radical publica El Medio
Pelo en la Sociedad Argentina que junto al Manual de Zonceras Argentinas de 1968, constituyen dos éxitos editoriales por su
inmediata repercusión. Por entonces la paz de los cementerios propuesta como modelo social por el onganiato está a punto de
estallar y Jauretche se suma a la CGT de los Argentinos, integrando la Comisión de Afirmación Nacional de esa central obrera.
En ese 1969 publica una recopilación de distintas notas periodísticas que titula Mano a Mano entre Nosotros. Por esos años
y cada vez más asiduamente, participa activamente de los debates de la época, siendo frecuentemente invitado a los programas
de televisión, donde un Jauretche ya septuagenario, vestido anacrónicamente no elude la polémica, enfrentando con estilo cáustico
a la intelligentsia, y a sus representantes. Esta frontalidad le traerá problemas, al extremo que en Junio de 1971 llega a
batirse a duelo con el general Oscar Colombo. El lance fue a pistola, y según testigos del mismo, ambos contendientes tiraron
a matar, fallando ambos. Con menos dramatismo se enfrenta dialécticamente con otros personeros de esa intelligentsia, a algunos
de los cuales considera meros idiotas útiles . No rehuye tampoco asistir a mesas redondas y encuentro ante los más disímiles
auditorios, con una variedad ideológica que va del nacionalismo al marxismo.
Revisionismo y Peronismo. La historia
como arma de combate político.
Esta polisemia de públicos no es extraña. Ex profeso no hemos citado por orden cronológico
a una de las obras de Jauretche: Política Nacional y Revisionismo Histórico, que si bien escrita en 1959, sintetiza en su
título un fenómeno que alcanza el cenit en 1973 durante la primavera camporista, cuando los historiadores revisionistas intentan
ocupar las posiciones centrales en las instituciones académicas y el aparato burocrático oficial relacionado con la historia.
Los finales de los años 60 y principios de los 70 fueron sin duda la época de oro del revisionismo (con un avance
notable de la corriente nacionalista popular, acompañada por la izquierda nacional y las vertientes más radicalizadas del
peronismo). Por todo ello, no se puede comprender el debate historiográfico argentino sin entender en profundidad al revisionismo,
más allá de la valoración que se tenga de esa producción. Este explicitó la politización de la visión dominante hasta ese
momento de la historia argentina, y le opuso otra no menos politizada (con la diferencia que asumía esa politización de modo
público), que en gran parte se plegó activamente (y contribuyó a producir) a la profunda radicalización política y cultural
de esos años. Todo en un contexto social en el cual la historia del país era un campo del combate político más general.
Es
un largo proceso, pero que tiene un punto de inflexión a partir del golpe setembrino . Antes del mismo, Perón, guiado por
un criterio pragmático, prefirió no incorporar el debate sobre el pasado a los conflictos que atravesaban el presente de la
sociedad argentina, por lo que eludía pronunciarse públicamente sobre la problemática planteada por el revisionismo. Vasta
el ejemplo de los ferrocarriles nacionalizados, cuya nueva nominatividad respondía a la visión tradicional.
Esto cambia
a partir de las épicas lluvias borgeanas. Si bien la tríada San Martín-Rosas-Perón ya había sido preconizada por autores revisionistas
durante el gobierno de este último, será después de 1955 que a la línea Mayo-Caseros-Septiembre propuesta por la Revolución
Libertadora, se le responderá con la mencionada tríada desde los más diversos círculos del peronismo, incluyendo al propio
ex presidente, desde el exilio. Jauretche señalará cáusticamente al respecto: La Línea Mayo-Caseros ha sido el mejor instrumento
para provocar las analogías que establecen entre el pasado y el presente la comprensión histórica!Flor de revisionistas estos
Libertadores! Para perjudicar a Perón lo identificaron con Rosas y Rosas salió beneficiado en la comprensión popular. Caseros
se identificó con setiembre de 1955 y los vencedores con los gorilas
Es entonces que el nacionalismo aristocrático
pierde el peso que tuviera en las décadas del 30 y 40 como sustento ideológico del revisionismo, a favor de la tradición forjista
y de nuevas corrientes provenientes de la izquierda. El revisionismo se despoja de sus elementos más reaccionarios y tradicionalistas,
posibilitando la incorporación de estos nuevos sectores intelectuales. Así en los 60 y primeros 70 el revisionismo de
izquierda ya será una forma muy difundida para pensar el presente del país desde el pasado y viceversa. El auge de masas de
esos años será tributario en parte de la simbología federal y revisionista, interpretando la historia del país como un combate
prolongado entre una elite extranjerizante y clases populares poseedoras de un verdadero sentimiento nacional, en un enfoque
que combinaba el enfrentamiento nación-imperialismo con la visión de la lucha de clases. La historia oficial formaba parte,
en el plano ideológico, del reiterado triunfo de la minoría pro-imperialista sobre las mayorías oprimidas. La imposición de
otra visión de la historia sería parte insoslayable y necesaria del triunfo final del pueblo sobre la oligarquía. La iconografía
de los caudillos, encabezada por el propio Rosas formaría parte de los símbolos de Montoneros y grupos afines (si bien historiadores
ligados a esa tendencia o al peronismo de base, como Puiggrós y Ortega Peña tenían una visión más reticente de Rosas). Con
todo, muchos hombres de esta nueva tendencia no dejarán de sentirse identificados en cierta medida con el revisionismo anterior,
en una transversalidad izquierda-derecha, que se proyectaba, de modo reflejo, en un repudio a todos los no revisionistas (asimilados
como liberales) hecha asimismo sin distinguir entre izquierdas y derechas. El propio J. W. Cooke, representante máximo del
peronismo en trance de radicalización hacia la izquierda, no consiguió apartarse nunca por completo de la cosmovisión nacionalista-revisionista
de la historia argentina. De todos modos hay fuertes polémicas, especialmente en torno a la figura del Restaurador. Para Juaretche,
Rosas constituye la síntesis posible mientras que para los sectores de Izquierda Nacional no es más que la versión conciliadora
y pactista del Puerto, más favorable para el Interior que la política rivadaviana pero menos popular y nacional que la propuesta
de los caudillos interiores. Resulta interesante el hecho que estos debates se dan con el objetivo de llegar a un destinatario
amplio y preciso a la vez: la clase media. El fenómeno de ese sector social (especialmente los que han accedido a mayor nivel
de instrucción) acometiendo la tarea de borrar el pecado de la generación anterior de haberse apartado del pueblo, pasa también
por aceptar, con mayor o menor grado de sentido crítico, la iconografía revisionista. Jauretche es a fines de los años 60
un mimado de ese público. Ya señalamos que El Medio Pelo en la Sociedad Argentina y Manual de Zonceras Argentinas, han constituido
formidables éxitos editoriales. Ambos textos analizan a la clase media y a su vez tienen como destinatario a la misma. Jauretche
juega entonces con una complicidad sobreentendida con su lector. Sabe que este teme al fantasma de ser en realidad parte de
lo que Jauretche critica: esto es ser una señora gorda, un señoro, un idiota útil a la intelligentsia liberal, en definitiva.
Una forma de apartar ese espectro, de sumarse al campo nacional y popular, es hace propia la crítica jauretcheana a esos estereotipos.
En un sentido más amplio, aquí podemos hallar una de las claves del fenómeno de creciente peronización de los sectores medios.
Es en este tiempo de compromiso y militancia de esos sectores medios, en que Jauretche escribe (con ellos como destinatarios)
la primera parte de su autobiografía, donde los recuerdos de infancia le servirán como excusa para desarrollar un planteo
del revisionismo: el cambio en la apreciación de los sujetos de la historia.
De hijos de empleados y maestras. Hacia
1972 el revisionismo (especialmente en su ala izquierda) ha terminado de elaborar ese cambio de apreciación. El pueblo anónimo,
los descamisados eran reivindicados desde el fondo de nuestra trayectoria nacional como portadores de valores positivos, el
hombre común era elevado a protagonista de la historia, una suerte de héroe colectivo. Seis décadas antes el hijo de un empleado
público y una maestra está encontrando a tientas a ese protagonista, enmascarado en la alteridad a su persona y su medio.
Tuve -en mi primera infancia- una idea de los grupos sociales, que no es muy parecida a la que tengo ahora pues su signo fundamental
no era el económico sino la cultura. No parecía que la riqueza o la pobreza fueran los cartabones. El mundo se dividía entre
los paisanos y los otros; mis padres, mis hermanos y yo éramos de los otros. También lo era toda la gente importante del pueblo,
y también muchos no importantes No lo eran ciertamente los boyeritos y los chiquilines de las orillas que abandonaban tempranamente
las aulas para acompañar a sus padres a la junta del maíz. Ni los despojos de los veteranos de la Guerra del Paraguay, mendigando
en la plaza de su pueblo. Sabe Jauretche que se está dirigiendo a un lector que si pertenece al mundo de los otros. A
ese vasto mundo de la genéricamente denominada clase media argentina, pasible de múltiples sectorizaciones a partir de lo
económico, pero bastante homogénea desde lo cultural. Y sabe que en estos nuevos hijos de empleados y maestras encontrará
una receptividad y una mirada cómplice construida al calor de su lucha en particular y de la del revisionismo en general durante
los últimos años. Sabe que el lector de Pantalones Cortos, al revés que él, que desde un punto de vista cultural entró
a este mundo mal pisao, como casi todos mis contemporáneos medio leídos , está advertido acerca de lo que llamó colonización
pedagógica, término bajo el que engloba los instrumentos que utilizó el liberalismo hegemónico del modelo agro exportador
para construir un país europeizado y colonial, conveniente a ese modelo. Esa superestructura cultural de carácter antinacional
se apoya tanto en el sistema escolar como en la falsificación del pasado. Así el primero planteaba una dicotomía: La escuela
no continuaba la vida sino que abría un paréntesis diario. La empiria del niño, su conocimiento vital recogido en el hogar
y en su contorno, todo eso era aporte despreciable. La escuela daba la imagen de lo científico, todo lo empírico no lo era
y no podía ser aceptado por ellaLa escuela nos enseñó una botánica y una zoología técnica con criptógamas y fanerógamas, vertebrados
e invertebrados, pero nada nos dijo de la botánica y la zoología que teníamos por delante. Sabíamos del ornitorrinco por la
escuela y del baobab por Salgari, pero nada de baguales, ni de vacunos guampudos e ignorábamos el chañar, que fue la primera
designación del pueblo hasta que le pusieron el nombre suficientemente culto de LincolnNunca se nos habló de la laguna del
Chancho, donde íbamos a bañarnos y a pescar en nuestras rabonas, como tampoco de la laguna de Gómez o Mar Chiquita, más cerca
de Junín, que nunca supimos que se llamó Federación. Esas omisiones no son gratuitas y forman parte de la falsificación
de la historia. El pueblo había sido treinta años antes territorio ranquelino, pero la escuela ignoraba oficialmente a los
ranqueles. Debo a Búfalo Hill y a las primeras películas de cowboys mi primera noticia de los indios norteamericanos. Esos
eran indios y no esos ranqueles indignos de la enseñanza normalista.. Juaretche explica esa operación señalando que la incomprensión
de lo preexistente al modelo liberal que se intenta imponer, termina entendiéndose como hecho anticultural, dando por resultado
que todo hecho propio, por serlo es bárbaro, y todo hecho importado, por serlo era civilizado. Civilizar consistió entonces
para el liberalismo, en desnacionalizar. Y una herramienta válida para lograr esto consistió en la divulgación, ajena a toda
tradición oral de una historia con héroes de cerería actuando en batallas sin barro, polvo, ni sangre¿Es que ningún héroe
argentino ha tenido dolores de muela, ni se ha calentado con una china, ni ha jugado una onza a una carta?... La historia
extranjera terminaba por gustarnos más que la nacional porque esta última había sido escrita para el Delfín y partiendo del
supuesto que el Delfín era un idiota. Seguro de encontrar en su lector la misma comunión nacional y popular, Jauretche
expresa taxativamente esa certeza en las páginas finales del libro, al opinar que las nuevas generacionesse han liberado de
la enseñanza de la historia falsificada. Porque aunque muchos profesores y los programas escolares persistan, el maestro se
encuentra ante la imposibilidad de repetirla frente a la indiferencia burlona con que los niños y jovencitos afrontan la Educación
Democrática. Mérito no menor del revisionismo el de haber logrado la caída de las anteojeras ideológicas de los sectores medios.
Atrás parecen haber quedado los exponentes de la Línea Mayo-Caseros- Revolución Libertadora. Las nuevas camadas universitarias
parecen estar inmunizadas de fubismo, liberadas las aulas y claustros de la maraña liberal conocida como Flor de Romero. La
unión de los trabajadores, las clases medias y la burguesía nacional, tras un proyecto común de liberación, alianza por la
que Jauretche viene abogando desde los tiempos de la derrota de 1955, parece estar cerca a principios de este 1973 en que
Pantalones Cortos se vende como pan caliente. Se avizora en ese otoño que el mismo puede trasmutarse en primavera. Sin embargo
Tras cartón está la muerte En el epílogo de Pantalones Cortos anuncia su continuación en dos libros más. El primero
abarcará su biografía entre 1914 y 1943, llevando por título Verde, pintón y maduro y el otro, Los altos años, desde esa última
fecha hasta donde le dé el cuero. Comienza a esbozar borradores. En Mayo de 1973 el triunfo del Frejuli lleva a este viejo
militante de la causa popular a ocupar la dirección de EUDEBA, la Editorial de la Universidad de Buenos Aires. Puiggros asume
el rectorado y Taiana la titularidad de la cartera de Educación. Elabora planes de largo alcance, tales como la edición de
manuales y textos primarios y secundarios a bajo costo, para arrebatarles el monopolio editorial a Estrada y Kapelusz. Pero
esto sobrepasa las posibilidades de la endeudada EUDEBA. A lo cual se suma la creciente derechización del gobierno peronista.
Jauretche, con 72 años a cuestas, obeso, diabético e impertérrito fumador, ve día a día debilitarse su salud. Ideológicamente,
opera simétricamente opuesto al corrimiento a la derecha del gobierno del FREJULI. Se acerca cada vez más a la llamada Tendencia
Revolucionaria. Influye sobre su espíritu su sobrino Ernesto, militante destacado de ese sector radicalizado del peronismo.
Finalmente en la madrugada del 25 de Mayo de 1974, a un año exacto de la alborada de esperanza que se ensombreció rápidamente,
el viejo luchador abandona el combate. No creemos que el destino de un Jauretche superviviente lo hubiera hecho seguir
el desdibujado camino del otro gran referente del revisionismo, en este caso de la Izquierda Nacional, Jorge Abelardo Ramos,
que en su pertinaz búsqueda de la burguesía nacional progresista, o de algún remedo militar de aquella, terminó proponiendo
un total seguidismo de corrientes burguesas reaccionarias, ya con el dictador Galtieri, ya con el presidente Menem. Aunque
meramente conjetural, vista en retrospectiva la muerte por causas naturales de Arturo Martín Jauretche, le ahorró un crimen
a la triple A o a los grupos de tareas de la dictadura militar.
Fernando Cesaretti
BIBLIOGRAFIA.
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