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Arturo Jauretche: Casa natal y heredad linqueña

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por Verónica Funes

Fundamentación y análisis

Decir que   

Decir que Arturo Jauretche fue el más grande pensador contemporáneo, puede molestar a quienes su fogosa

palabra se lo llevó por delante. Puede, también,

tomarse cómo una parcial opinión frente a hombres

como Scalabrini Ortiz, Hernández Arregui, Manuel Ortiz Pereyra o, a su manera, el gran Homero Manzi y

Discepolín o Macedonio Fernández.

Son varios, no muchos, pero Arturo fue algo especial.

Fue el gran pensador y escritor del pensamiento nacional.

No le hizo asco a nada. Aprendió a jugarse ya en el

secundario. Peleó en la universidad.

En el ’30, calzado con revolver, como funcionario en

Mendoza salió a la calle para defender al gobierno de

Hipólito Yrigoyen, el Peludo.Peleó en Paso de los Libres

en la fallida intentona abortada contra la dictadura militar. Peleó contra la realidad política esquiva, como principal promotor de FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina).

Peleó con la palabra en la calle y en el papel.

Polemizó como el mejor. Pero sobre todo, prefirió "perder"

a caer en la traición a "sus paisanos".

Mostrando que le sobraba dignidad y tenía agallas,

con más de setenta años, se animó a enfrentarse con un ridículo militar "ofendido" por sus denuncias en un

duelo desigual.

 

 

Fue capaz de quedar al margen del juego político por

sus convicciones y coherencia.

Así explicaba que "hasta cuando ataco a un hombre

concreto no es que lo malquiera; es que quiero a mis

paisanos y por amor a ellos tengo que cumplir esta

ingrata labor que me cierra las puertas y me junta

enemigos, en un arte como el de la política que

consiste en hacer amigos"

 

Cómo bien señala Norberto Galasso en Las polémicas, "Jauretche influye como pocos en la obra de

descolonización. Su pasión argentina, enarbolando

certezas incontrovertibles se constituye ‘en un viento

que viene a romper’ toda la cristalería tallada

durante años y años por los coquetos snobs de la factoría.

Los empachados por el liberalismo conservador de

las escuelas oficiales, los discípulos de Maurras

admiradores del Duce (por derecha), los embalsamados

por la lectura de los manuales de la Academia rusa,

los ‘inteligentes’ que han gastado años leyendo a Sartre, directamente del francés y los más nuevos empachados de indigestas comilonas de Marcuse, Althuser, Lacan y

Barthes (por izquierda), rechazan indignados a

este paisano bárbaro, a este impertinente para

quien no hay verdades consagradas y toda idea debe"

pasar por el cernidor de su fina y profunda racionalidad.

 

Los más jóvenes, por más auténticos y menos ‘léidos’, se convencen que "hay que desaprender todo lo malo

(lo falaz), para poder recién después empezar a aprender

lo bueno (lo veraz)".

Jauretche a quién pertenecen estas últimas palabras,

enseña que "no hay ‘ideas foráneas’ sino ideas nacidas

" de la experiencia e inteligencia de los pueblos,

por lo que, las ideas nacidas en cualquier parte

del mundo no pueden aplicarse mecánicamente

para resolver los problemas argentinos... No se trata de ‘incorporarnos a la civilización’ colonialmente,

sino de que ‘la civilización se incorpore a nosotros’

para asimilarla y madurarla con nuestras propias particularidades", según nuestros tiempos y

partiendo de nuestra circunstancia.

 

Puso al descubierto el andamiaje de dominación

cultural, usando su sabio análisis y sus metáforas

decidoras. Mostró como objetivo estratégico al "neocolonialismo"; como centro operativo

a la superestructura cultural; como operadores

estratégicos a los miembros del establishment cultural,

como operadores funcionales a los "maestros de la

juventud", más los "fubistas", el "medio pelo" (las Doña Rosa y los don José), más los medios y sus periodistas

cautivos y los "profetas del odio"; y, finalmente,

como sistema emisor del mensaje al discurso dominante

y las "zonceras de toda laya". Decía de éstas que:

“Su fuerza no está en el arte de la argumentación. Simplemente excluye la argumentación (o bien la

tergiversa) actuando dogmáticamente mediante un

axioma (que usa como premisa del argumento)

introducido en la inteligencia (del que la escucha),

y su eficacia no depende, por lo tanto, de la habilidad

en la discusión como de que no haya discusión.

Porque en cuanto el zonzo analiza la zoncera,

deja de ser zonzo”.

A Jauretche le molestaba esas falsas comparaciones por las que se creía que el europeo era más trabajador que el nativo. Era absurdo “comparar al gaucho con el inmigrante… El inmigrante es el más audaz de la aldea y no el más tímido". De lo que deducía que la cuestión no era de origen sino de condición: "los decididos a salir del pueblo tienen las mismas agallas de los que se animaban a venir de Europa". Diferencias, no de aptitudes sino de oportunidades. Así explicaba para otro ejemplo que "el inmigrante, como hijo de la sociedad capitalista, está mejor preparado para el comercio y para la competencia que el hijo de una sociedad donde esas formas del comercio y la producción son incipientes... El inmigrante representa un producto de selección, si ésta se hace en razón del individualismo... cada uno es un Colón o un Morgan o un Cortés, pues los que se quedaban allá son los menos individualistas dentro del medio social".

También en el Manual de Zonceras, donde dice, "Todo esto nada tiene que ver con la calidad de superior o inferior de un hombre sobre otro, no es congénito ni racial. Son condiciones culturales que deben crearse siempre en relación al medio y no a contrapelo del mismo. No es cuestión de imitar o de reproducir sino de realizar la técnica adecuándola a la realidad".

Jauretche explicaba que, si el pensador quita la vista del pueblo y de la nación, pierde de vista las necesidades y objetivos de ese pueblo y esa nación. Pierde y deja de tomar en cuenta lo esencial del objeto pensado. Él sabía que del encuentro vital de la voluntad popular (oído en el pueblo), el interés de la nación (oído en la patria organizada) y del signo de los tiempos (oído en la historia situada) emergían los datos básicos sobre los que se debía y podía construir el contenido del pensamiento socio político. Se cansó de explicarle a la intelligentzia vernácula que la realización del interés nacional —articulación de necesidad-objetivo-situación— hacía grande o frustraba a una país. Por eso se atrevió a valorar la actitud estadounidense de usar la ideología liberal desde un sentido nacional. Por eso inventó la fábula de los gatos: “hay que cocinarlo a la criolla”.

Cómo última puntada. Cómo último botón de la extensa muestra de sabiduría y sentido de la realidad que tenía y ejercía, va un texto donde su lúcida visión ofrecía, para políticos y militantes, criterios básicos para tiempos como los de hoy:

"Hay que actuar en dirigente revolucionario y no en dirigente electoral, porque se trata de la disputa del poder. No podemos incurrir en el error de los radicales en 1945... Por cuidar los votos, ellos se quedaron parados y cuando se dieron cuenta, los votos se habían ido. No importa donde están los votos ahora. Importa donde estarán para ejecutar un programa. El que está atento sólo a lo que piensa la gente hoy, se quedará al margen de lo que pensará la gente mañana y aquí está la clave para saber quien es dirigente o no. Además, lo que piensa la gente no está dicho por lo que proclaman en voz alta sino por lo que se dice en voz baja..."

(de la carta a Amílcar Vertullo, 03/07/59).

Fragmento del trabajo de investigación sobre la casa natal de Jauretche relizado por Verónica Funes en el 2007, el cual sirvió como fuente documental para la muestra "Pasión por lo nacional" que la Cátedra Arturo Jauretche del Banco Provincia de buenos Aires realizó en homenaje a su presidente de 1946 a 1950