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HISTORIA y PENSAMIENTO NACIONAL

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HISTORIA Y PENSAMIENTO NACIONAL  

Por/ Pablo Vazquez

Toda acción, todo proyecto que encaremos como Nación necesita un replanteo de nuestro pasado, de un “quien es quien” para rescatar aciertos y tratar de no repetir errores u “horrores” sufridos.

Y pensamos desde nuestra historia, desde el pasado de la Argentina que fue deformado y tergiversado por quienes pretendieron hacernos creer que nuestro destino era ser una factoría.

Una historia nacional ignorando a la Nación – y no me refiero al periódico, aunque fue  precisamente su fundador quien en esto tuvo mucho que ver – donde la transmisión de ese pasado era recortado, planteado y repetido con batallas sin honor, empréstitos otorgados sin necesidad pero con muchos intereses y gobiernos de notables que decidían con el visto bueno del pueblo...inglés.

Desentrañar que había acontecido bajo la lápida puesta por el liberalismo triunfante posterior a Caseros fue tarea del Revisionismo, esto es, de hombres de espíritu nacional que dejaron posiciones favorables para remar contra la corriente y a favor del Pueblo.

Es así el esfuerzo dado por los hombres del Instituto Juan Manuel de Rosas y los miembros de FORJA – y en ellos simbolizó a los distintos sectores que plantearon de forma documentada que existía “otra historia” que aquella de los manuales escolares – cuyo esfuerzo reivindico como ejemplo para las generaciones futuras.

Y para esa tarea fue necesario contar, como afirma Juan José Hernández Arregui, con “una fe (fe en la patria avasallada) que es el único contrafuerte que puede oponerse al regulado aparato de 1a cultura colonial, cuya concertada y rencorosa reacción, es proporcional al peligro que el pensamiento nacional lleva implícito (donde) la lucha vuelve a vivirse como un baño saludable del espíritu, como un compromiso -el único tal vez- que compensa la vocación intelectual en un país colonizado. En verdad, el país colonial nos marca a todos. A unos por cobardes e infieles al pensamiento argentino, y a otros por lealtad al país”.

Esa misma fe que dota a Raúl Scalabrini Ortiz del fundamento para sostener que “todo lo que nos rodea es falso o irreal. Es falsa la historia que nos enseñaron. Falsas las creencias económicas con que nos imbuyeron. Falsas las perspectivas mundiales que nos presentan y las disyuntivas políticas que nos ofrecen. Irreales las libertades que los textos aseguran…Volver a la realidad es el imperativo inexcusable. Para ello es preciso exigirse una virginidad mental a toda costa y una resolución inquebrantable de querer saber exactamente cómo somos”.

De ese “querer saber” sostenido por Scalabrini se descubren hechos y personajes olvidados que aún merecen ser reconocidos por las mayorías que seguramente encontrarán que la historia argentina fue forjada por muchos más que los que surcan con sus nombres nuestras calles y avenidas.

Los parámetros de la investigación y difusión histórica sufrieron en Argentina el influyo de Europa, la visión limitada de un sentir extraño y ajeno que buscaba adaptar nuestra realidad a sus parámetros culturales. Se tomaban conceptos e ideas que si en su lugar de aplicación original describía un sistema positivo en su esencia – por ejemplo la Democracia y la Constitución - en Iberoamérica, en cambio, su cometido era solidificar la dependencia cultural, económica y política.

Al respecto Arturo Jauretche en “Política nacional y revisionismo histórico” afirmaba que: “Se ha falsificado la historia para que la inteligencia nacional estuviese en el Limbo, mientras operaban otras inteligencias al servicio de una política planificada, desde luego porque toda política implica un plan. Pero desde el Limbo no se puede pensar el futuro. Las naciones están en el mundo y no en el Limbo y desde el mundo – la realidad – construyen su destino. Pasado, presente y futuro son historia. La política de la historia falsificada tendió precisamente a cegarnos la visión de los fines históricos con fines ideológicos, de no dejarnos ver los nacionales para limitarnos a los que llamaron “institucionales”. De allí nuestros demócratas que no acatan a las mayorías, y nuestros liberales que reprimen la libertad. Se ha incorporado a nuestra educación el dogma de que la finalidad de la emancipación Argentina fue construir determinado régimen político, determinada forma institucional, y no ser lisa y escuetamente una nación donde la sustancia predomine sobre las formas. Seria demasiado grosero suprimir la nación, simplemente se le atan las manos haciendo de los instrumentos de su defensa, las redes que la aprisionan”.

Es por esto que la batalla que debemos librar es – y aquí seguimos con Jauretche - tanto “contra el enemigo extranjero que invade y contra el enemigo de adentro que entrega”, como sostuvieron los forjistas en sus escritos, ya que nuestra derrota en manos de la “colonización pedagógica” nos hace creer que las cadenas del sometimiento cotidiano equivalen a los laureles de la victoria de la civilización sobre la barbarie.

Pero ese sometimiento pensado de afuera pero encarado por “el enemigo de adentro que entrega” tuvo su ejemplo en la serie de gobiernos que ejecutaron políticas antipopulares a fin de servir a sus amos.

Un escritor olvidado en el fondo del baúl de los malditos como Ramón Doll sostenía que“nada es más evidente, sin embargo, que nuestra historia. Posee un flujo y refluyo de distintas naturalezas y direcciones; que la dinámica de nuestra política no oscila de la reacción a la revolución y viceversa, ni de las fuerzas tradicionales a las renovadoras. Oscila del nacionalismo al europeísmo; el poder no ha salido y vuelto de manos de los conservadores a los avanzados, sino de las clases autóctonas, arraigadas, afirmadas en la tierra a clases europeizadas, vueltas de espaldas a la Nación”.

Y esta secuencia se plantea en nuestra Patria donde se perfilan claramente dos líneas: una nacional e hispánica, y otra entreguista e inglesa, según lo que Juan Perón sostenía en su exilio madrileño, donde situaba a San Martín, Rosas, Yrigoyen, y a él mismo en la primera, y al resto de los gobiernos que tuvimos en Argentina en la segunda.

Teniendo en claro quienes somos y cual es nuestro objetivo podemos hacer frente a quienes aún hoy, de izquierda a derecha, pontifican con dogmas vetustos cómo debería ser el desarrollo de nuestro sistema político y cual es el rol que debería cumplir el Movimiento Nacional. Y esto viene a cuento porque, a horas de las elecciones legislativas – y más allá de los resultados – algunas voces amparadas por el sistema sostienen la necesidad de formar dos partidos de derecha y de izquierda al estilo europeo para regular el proceso político nacional y se supere al Peronismo.

Cuestiones como éstas demuestras que los personajes cambian pero las estupideces quedan, y que nuestra historia de luchas y sufrimientos impone por lo menos el cuidado a estos sujetos de no caer en el ridículo con sus afirmaciones.

Distinto es verlo como un plan preconcebido para atacar lo que queda – o debería quedar – como salvaguarda de las mayorías. Ante esto es vital afincarnos en nuestra historia sin vendas y planearnos de cara a los nuevos ataques de la reacción, donde es deseable que cierta dirigencia no caiga en la tilinguería de repetir frases y conceptos que nada tiene que ver con nuestra identidad.

Es por lo que nuestra lucha de anclar primero en lo profundo del espíritu del pensamiento nacional, y debe encararse con un espíritu joven que supere en espíritu y fe a las formas políticas envilecidas y faltas de calor popular.

Por eso valga otro concepto brillante y esclarecedor de Scalabrini:“para hilar de nuevo, hay que deshilachar lo que está mal trenzado. La tarea queda trunca, pero no desesperemos por eso. Confiamos en la inteligencia de la juventud. Es posible que los maduros y los provectos hayan rechazado tanto más airados nuestra prédica cuanto más insinceros han sido en su acción política. Pero ellos ya no tienen importancia. Mandan sobre lo definitivamente muerto”.